Edificios. Pasivos: Por qué?
Las palabras que usamos diariamente nunca son casuales, ya sea que las escojamos nosotros o la colectividad. Su significado alude a procesos o escalas de valores implícitos en la elección de un término específico.

¿Por qué esta reflexión?

En el 1988 dos profesores de una universidad de Suecia otorgaron la calificación de “pasivos” a los edificios que consiguieran reducir su gasto de calefacción del 90%.

Hoy en día definimos “edificios pasivos” aquellos que para su climatización utilizan estrategias que requieren el mínimo aporte de energía externa y “edificios activos” aquellos que para su climatización necesitan energía (de origen fósil u otra).

Desconocemos las razones que les llevó a esta definición pero nos preguntamos si no sería más conveniente definir “activos” a aquellos edificios que “activamente” y sin uso de recursos innecesarios contribuyen a su climatización a través de estrategias de diseño bioclimático y del uso inteligente de los recursos del lugar. Y “pasivos” a aquellos que “pasivamente” consumen recursos energéticos sin aprovechar las posibilidades alternativas brindadas por la naturaleza y el entorno.

Polémicas y definiciones aparte, uno de nuestros objetivos es construir y rehabilitar edificios utilizando el mínimo de recursos naturales y empleando todas las estrategias que nos brindan el contexto y la naturaleza para que el consumo de energía sea mínimo o nulo.

Apostamos por edificios integrados en su entorno, construidos con materiales naturales y que proporcionen el máximo de confort a sus usuarios.

Las herramientas para conseguir un edificio pasivo son:

  • planificación y diseño bioclimático
  • aislamiento continuo y óptimo en toda la envolvente
  • control de hermeticidad al aire
  • eliminación de los puentes térmicos
  • ventilación con recuperación de calor
  • regulación de la humedad interior
  • control de las cargas electroestáticas y radiaciones electromagnéticas
  • uso de materiales sanos y naturales

 

En el caso de este edificio toda la carga de climatización se soluciona con estrategias de aprovechamiento de los recursos naturales como sol y viento. El aporte de calor en invierno se consigue a través del efecto invernadero de las amplias superficies vidriadas expuestas a sur y de los muros de “Trombe-Mitchell” que actúan como colectores solares en invierno y como potenciadores de la ventilación natural en verano.

De esta manera se consigue confort máximo con un gasto energético mínimo en el respecto de la salud de las personas y de los recursos naturales.

(en la foto: muros Trombe–Mitchell en vivienda unifamiliar bioclimática, pasiva y de bioconstrucción en el bosque del Garraf, Barcelona)

Compartir esta entrada en:

Otros
articulos

Equilibrio entre personas, naturaleza y edificios

Suscríbase a nuestro boletín de noticias